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El suelo y el cultivo

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Un suelo perfecto para las hortalizas es uno que sea fértil, bien drenado, suelto (es decir, aireado) y que no sea ni muy ácido ni muy alcalino. Si nuestro huerto es antiguo, es posible que alguien ya haya transformado la capa de arena o de arcilla en una tierra que valga para cultivar. En caso de no ser así, deberemos ser pacientes y prepararnos para acolchar, acolchar y acolchar.


El suelo es una combinación de fragmentos de piedra, agua y materia orgánica (hojas podridas, por ejemplo). Los suelos arenosos (excelentes para cultivar zanahorias, puesto que crecen fácilmente en este medio suelto y bien drenado) están formados por fragmentos de roca relativamente grandes; no obstante, los suelos de arcilla (que son apropiados para el cultivo de los ejemplares de Brassica, puesto que prefieren un suelo sólido) se componen de partículas de un tamaño minúsculo. El primero es un suelo ligero, mientras que el segundo se trata de un suelo pesado.

El único modo para mejorar la estructura del suelo es estercolándolo abundantemente. La materia orgánica que se agrega al suelo tapa los agujeros de los suelos arenosos, haciendo que retenga más agua. En el caso de los suelos arcillosos, formará más espacios de aire entre las partículas que se encuentran demasiado juntas, mejorando de este modo el drenaje.

El mecanismo del suelo:
Aunque empleemos muchos fertilizantes químicos, no conseguiremos cambiar la estructura de un suelo. Para que las plantas puedan absorber los nutrientes, es necesario que las raíces lleguen a ellos, y para ello necesitan pasajes por los cuales pasar para drenar los nutrientes imprescindibles para un correcto desarrollo. El humus, que consiste en materia orgánica totalmente descompuesta, favorece la creación de estas vías. En los jardines de ciudad puede ser complicado conseguir grandes cantidades de abonos naturales, el mejor humus que existe; pero lo que podemos hacer es cargar con un saco de abono una vez a la semana hasta haber cubierto toda la parcela; no lo lamentaremos, puesto que las plantas crecerán mucho mejor. Si disponemos de espacio, podemos producir nuestro propio compuesto y añadirlo al suelo. El compuesto elaborado en casa debe tener la textura de un pastel de frutas.

Los minerales que las plantas necesitan para desarrollarse bien y para tener un crecimiento saludable se incluyen en lo que se llama microelementos, entre los cuales encontramos boro, hierro, cobre, zinc y magnesio. Los suelos fértiles ya incluyen todos estos minerales; en caso de no tenerlos, las plantas sufrirán enfermedades provocadas por deficiencias.

Los abonos orgánicos animales contienen muchos microelementos y, si los empleamos comúnmente, lo más seguro es que no tengamos problemas.

La deficiencia de magnesio, que provoca que las plantas se marchiten y se tornen de color marrón, normalmente es más habitual en los suelos ácidos. La clorosis, que provoca un amarillamiento en las hojas que deberían ser de color verde reluciente, es más frecuente en suelos calizos. Esto sucede debido a que la planta no puede absorber el hierro que necesita del suelo porque éste se encuentra encerrado por la cal. Para reparar este desequilibrio, regaremos con una solución de quelato de hierro o de sequestrene.

Tipos de suelo:
Las frutas y hortalizas que se cultivan y el modo en que se cultivan está determinado, en parte, por el tipo de suelo del huerto. Existen 5 tipos principales de suelo, los cuales tienen un conjunto de características propias que ayudan a ser fácilmente reconocibles.

Greda:
La superficie de la greda es de color pálido, con poca profundidad y pedregosa. Este tipo de suelo calcáreo drena bien y es modernamente fértil.







Suelo arenoso:
La textura de este suelo es ligera y arenosa, drena bien y es fácil de manejar, aunque requiere mucho humus para ser fértil.









Suelo arcilloso:
La arcilla es un suelo pesado, su drenaje es lento y en ocasiones resulta demasiado pegajosa. Es posible que sea complicado trabajar con este suelo; no obstante, es muy rico en nutrientes.










Limo:
El limo es un suelo fértil que retiene bien la humedad, pero se comprime con facilidad.








Turba:
La turba es un suelo muy friable rico en materia orgánica de un color muy oscuro. Retiene la humedad muy bien y hace que el suelo sea ácido.









¿Suelo alcalino o ácido?:
Lo primero que debemos saber es el verdadero significado de alcalino y ácido cuando nos referimos al suelo. Las expresiones “alcalino” y “ácido”, cuando hablamos de suelo, se refieren al pH (potencial de hidrógeno) que contiene el suelo. La escala va desde 1 hasta 14, siendo neutro el 7. Casi todas las hortalizas y frutas tienen un mejor crecimiento cuando el suelo tiene un pH neutro, pero no todas.

Los espárragos se ven perjudicados en los suelos demasiado ácidos; en cambio, los arándanos se benefician mucho. Normalmente, el drenaje y la fertilidad del suelo son más importantes que el pH para el crecimiento de las plantas. En los establecimientos expertos podemos encontrar unos aparatos muy sencillos que sirven para comprobar el pH del suelo, pero es importante utilizarlo en diferentes partes del huerto.

Si deseamos cultivar hortalizas, especialmente coles, en un suelo ácido, deberemos añadir cal (más información en el siguiente apartado), pero no poniéndola con el estiércol, puesto que la reacción química que se produce con el nitrógeno en el estiércol puede ser perjudicial para las plantas, y no sólo eso, sino que echará a perder el nitrógeno. Es mucho más complicado transformar un suelo alcalino en uno apropiado para las plantas que no toleran la cal. Las frambuesas, por ejemplo, siempre tienen un mejor desarrollo en suelos ligeramente ácidos que en suelos alcalinos.

Tratamiento del suelo con cal:
Los suelos que son ácidos pueden tratarse con cal para que se vuelvan un poco más alcalinos. Para ello, extenderemos una capa fina y regular de cal normal (carbonato de cal) y la rastrillaremos. Después de esto, debemos esperar 3 meses antes de sembrar o plantar.





Métodos de cultivo:
Prepararemos la tierra para el cultivo en otoño, invierno y a comienzos de la primavera, trabajándola sólo cuando el suelo esté seco y no se enganche a la suela de los zapatos. Los masoquistas son los únicos que dan mucha importancia a los trabajos de cava en el calendario del horticultor.

Cuando se trata de suelos pesados, deberemos cavar para exponer terrones, para que las heladas los rompan, para que entre aire en el suelo compacto, para enterrar malas hierbas o cualquier otra materia orgánica y para ofrecer un buen desayuno a los pájaros. Las labores de cava ya no son consideradas labores tan esforzadas, ni tampoco obrar grandes zanjas, ni la doble cava, labores que antiguamente eran mucho más arduas.

Cuando trabajamos con suelos ligeros, normalmente basta con ahorquillar (ver más abajo en qué consiste el ahorquillado). El compuesto de hongos o cualquier otro sin malas hierbas, que pueda extenderse en una capa gruesa sobre la tierra, acabará dentro de ésta gracias a las lombrices, y es mucho más fácil que si debemos hacerlo nosotros mismos.

Si deseamos realizar un cuadro nuevo, es posible que no necesitemos cavar la tierra. Si tenemos un huerto con suelo ligero y arenoso, deberemos deshacernos de las malas hierbas, abonar bien y plantar directamente en la tierra. En el caso de los suelos pesados, o suelos que han sido muy pisados o bien que son demasiado compactos, serán necesarios más cuidados.

La labor de cava mejora el drenaje e introduce aire en la tierra compacta a causa de las pisadas. Los suelos pesados de arcilla deben cavarse a comienzos del invierno; en cambio, los suelos ligeros deben cavarse en primavera (cuanto más tarde mejor). No es necesario que los suelos ligeros se rompan con las heladas, pero el principal problema que presentan está en la conservación de agua y nutrientes. Si dejamos el suelo firme durante el invierno, conservará mejor el agua.

El ahorquillado:
El ahorquillado consiste en introducir la horca en la tierra y girarla para romper el suelo y airearlo. Se debe hacer cuando la tierra está húmeda, pero no muy pegajosa. Los suelos ligeros, que normalmente se preparan en primavera, es posible que sólo necesiten que se ahorquillen un poco.

Las labores de cava:
Si el suelo es pesado o si estamos haciendo cuadros en tierra nueva, es muy posible que tengamos que cavar. Para que sea más fácil, mantendremos la laya derecha al introducirla en la tierra. No debemos coger demasiada tierra con la laya, sobre todo si estamos trabajando con un suelo pesado, y debemos doblar las rodillas al levantarla. Esto hará de la labor de cava una labor menos difícil y ayudaremos a que nuestra espalda no sufra. Tenemos que remover la tierra para que se airee. Esta labor también ayudará a enterrar las malas hierbas anuales y a incorporar materia orgánica. En suelos pesados, dejaremos terrones para que se rompan con las heladas del invierno.

El método de no cavar:
Si disponemos de un suelo ligero, fértil y bien drenado, entonces podremos tener un huerto de hortalizas y frutas sin necesidad de cavar. Lo único que necesitaremos es ahorquillar un poco y realizar alguna labor de azada para eliminar las malas hierbas. Para conservar la fertilidad, es necesario abonar con abundancia. Esta técnica es muy eficaz en las partes del huerto donde se cultivan cosechas permanentes, como es el caso de los arbustos de frutas y los espárragos. También es probable que funcione bien en tierras donde se cultivan cosechas trasplantadas, como puerros, calabacines y tomates, así como patatas. No obstante, ya es más complicado lograr la fina capa de tierra requerida para un plantío sin cavar. En estos casos, el acolchado resulta ser más bien un estorbo, en lugar de ser una ayuda.

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